Fue mandado construir a 8 kilómetros de Córdoba por Abderramán III en 936 en recuerdo de la favorita Zahara, conforme al concepto de palacio-ciudad. En ella instala la residencia del monarca y las dependencias político-administrativas del Estado, convirtiéndose en la residencia de la corte, los cuarteles para la guardia personal y para sus servidores y artesanos, así como mezquita congregacional, baños, zocos y talleres de producción califal.
En la actualidad no se conservan más que restos, pues sufrió dos incendios y fue saqueado a lo largo del S. XI.
En la actualidad no se conservan más que restos, pues sufrió dos incendios y fue saqueado a lo largo del S. XI.
Las descripciones de la época y las excavaciones permiten reconstruir en parte esta residencia, destacando el salón del alcázar, cuyo techo era de oro y mármol de grueso espesor, así como las paredes.
Las tejas de este palacio eran de oro y plata. El salón tenía en su centro un estanque de mercurio. En los costados, había ocho puertas que estaban enlazadas por arcos de marfil y ébano incrustados con oro y diferentes clases de piedras preciosas. El sol entraba por aquellas puertas y sus rayos daban en el techo del salón y en sus paredes, produciendo una luz que se apoderaba de la mirada.
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